Nómades desesperados, los autores
de “Aullido” y “En el camino” construyeron un vínculo afectivo a través
de sus cartas. En ellas se revela admiración, envidia, ansiedad,
desilusión y literatura.
Jack Kerouac tenía 21 años y Allen Ginsberg apenas 17 cuando se
conocieron. Eran jóvenes, vitales, a su manera terriblemente románticos y
de algún modo lo seguirían siendo siempre, a pesar de los largos
momentos de oscuridad, el deterioro físico y la fama planetaria. La
primera carta que se mandan está fechada en algun momento incierto de
agosto del 44; Kerouac la recibe en una cárcel del condado del Bronx, en
Nueva York, donde se hospedaba por haber callado frente a un caso de
homicidio. Esa primera carta, pieza fundante de una de las
correspondencias más estimulante del siglo XX, es todavía tímida y
contenida, de una prosa encorsetada, pero ya late en ella el descontrol y
la sintaxis rabiosa que fueron la marca de fábrica de aquella
generación norteamericana.